La Ley de Ciudadanía, más conocida como “Ley de Voto Joven”, sancionada en 2012 fue un paso significativo hacia la inclusión política al incorporar a los adolescentes al universo del voto, reconociéndolos como sujetos plenos de derechos. Sin embargo, el sistema sigue siendo diseñado y gestionado por adultos, con estructuras partidarias y reglas de juego que mantienen una fuerte inercia generacional.
En una sociedad donde los jóvenes viven en un ecosistema digital, precarizado y fluido, las dirigencias políticas continúan actuando bajo lógicas analógicas y verticales.
El lenguaje político tradicional —basado en la solemnidad, la confrontación y la promesa de futuro— choca con una generación que valora la espontaneidad, la horizontalidad y el presente.
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Según los datos del último censo nacional, más de un tercio de los argentinos en edad de votar tiene entre 16 y 35 años. A pesar de eso, en la actualidad, sólo 10 diputados nacionales tienen menos de 35 años, es decir 2,57% del total. El sistema incorpora su voto, pero no termina de incorporar su voz.
Qué hay detrás del voto joven que llevó a Javier Milei al triunfo en las PASO
En estas elecciones legislativas resultaron electos 6 diputados sub 35, entre ellos Agustín Pellegrini y Valentina Ravera, pertenecientes a La Libertad Avanza. Con 25 años harán historia el 10 de diciembre cuando se incorporen a la Cámara de Diputados como los representantes más jóvenes en asumir el cargo.
Sin embargo, estos casos son excepcionales en un escenario donde la participación electoral fue la más baja desde el retorno de la democracia en 1983, y en el marco de una de las campañas más anodinas y carentes de ideas de nuestra historia democrática.
Pasamos ‘de una sociedad moderna en torno a ideales colectivos, revolucionarios, hacia una individualista postmoderna, donde el centro ya no es la transformación social, sino el individuo y su experiencia personal»
Los estudios de Reyes-Filadoro revelan un alto grado de apatía y desconfianza hacia el sistema político. Una encuesta realizada en mayo de 2025 muestra que el interés por la política varía según el grupo etario: mientras el 65% de los jóvenes de 25 a 35 años dice interesarse en temas políticos, solo el 52% entre 18 y 24 años comparte ese interés.
El desencanto tiene raíces múltiples: el fracaso de los gobiernos para garantizar estabilidad económica y movilidad social, la percepción de que las generaciones anteriores tuvieron más oportunidades, y la convicción de que hoy el esfuerzo ya no asegura progreso.
Existe una conciencia generalizada de que las generaciones anteriores tuvieron mayor acceso a la estabilidad laboral, a la vivienda propia y a la planificación familiar.
Hoy, incluso con múltiples trabajos, algunos creen que no es posible para ellos lograr el nivel de vida que tenían sus progenitores a la misma edad. Esto genera una sensación de frustración acumulada y desigualdad intergeneracional.
Pero hay cuestiones aun más profundas que explican la desconexión de las juventudes con la política. Los jóvenes hoy no buscan transformar la realidad sino adaptarse a ella de la mejor manera posible. Es un cambio de paradigma enorme, dificil de comprender para las generaciones de adultos que crecieron soñando con la revolución.
En un contexto donde las grandes narrativas colectivas han perdido fuerza (la política, el trabajo estable, la movilidad social ascendente) el individuo se convierte en el centro de su propia existencia y en el único responsable de su destino.
El sueño de “cambiar al mundo” fue reemplazado por la habilidad para sobrevivir y prosperar dentro de él. La identidad ya no se define por la pertenencia a un grupo o clase, sino por la capacidad de diferenciarse, reinventarse y adaptarse.
En 1983, mientras en Argentina celebrabamos el regreso de la democracia, el filósofo y sociologo Gilles Lipovetsky publicaba La era del vacío, una obra que describe el pasaje desde la sociedad moderna, estructurada en torno a ideales colectivos, políticos o revolucionarios, hacia una sociedad individualista postmoderna, donde el centro ya no es la historia ni la transformación social, sino el individuo y su experiencia personal.
Lipovetsky llamó a este proceso “personalización”, una forma de subjetividad donde la realización se busca en lo íntimo, en lo emocional y en lo inmediato, más que en proyectos colectivos o trascendentes.
En términos lipovetskianos, esto expresa el triunfo de la lógica de la personalización sobre la lógica de la colectivización:
“No se trata de cambiar el mundo, sino de estar bien en él”.
El joven postmoderno, según Lipovetsky, no es rebelde sino flexible; no combate el sistema sino que lo administra. Desconfía de las instituciones, del Estado y del trabajo como fuente de identidad estable.
Por eso, la despolitización juvenil actual no debe interpretarse como apatía pura, sino como una mutación cultural.
La adaptabilidad se vuelve la virtud cardinal de la época, una mezcla de flexibilidad, pragmatismo y resistencia emocional frente a un mundo incierto.
Los jóvenes no esperan grandes transformaciones, pero se esfuerzan por mantener su autonomía en medio del caos. No creen en los discursos de progreso, pero siguen buscando progresar a su manera.
No se puede entender a las juventudes de hoy haciendo las mismas preguntas que haciamos ayer.
En su aparente quietud, hay movimiento. Su acción no se organiza en estructuras estables y rígidas como los partidos políticos, los sindicatos o los movimientos sociales.
El desapego hacia la política institucional no implica necesariamente cinismo, sino un cambio de paradigma que es necesario entender. Si la esencia de la política estransformar la realidad común, entonces la actitud predominante entre los jóvenes, centrada en adaptarse a las condiciones existentes, implica una reconfiguración del sentido mismo de la acción política.
Cuando cada uno se concibe como un “proyecto individual”, como freelancer, emprendedor, creador de contenidos o sobreviviente del sistema, el conflicto deja de formularse en términos sociales y se vuelveuna gestión personal del riesgo.
La política deja de tener sentido como herramienta de cambio.
En vez de organizarse para exigir derechos, el joven busca “mejorar su marca personal”, “aprovechar una oportunidad”, “reinventarse”.La energía transformadora se traslada del espacio público al espacio privado.
Cuando cada uno se concibe como un “proyecto individual”, como freelancer«
El estudio reciente de Reyes-Filadoro y Enter Comunicación sobre “Juventudes y redes sociales” revela que, a pesar de que el 60% de los jóvenes consideraba que las grandes empresas de la comunicación como Google, Meta y Tik Tok tienen demasiado poder sobre lo que piensan y sienten los usuarios, menos del 40% cree que el Estado debe regularlas. Ante un escenario de batalla que dan por perdida, mejor adaptarse.
El desafío esrepensar los formatos de larepresentación para hacer lugar a nuevas formas de liderazgo, nuevas narrativas y nuevas sensibilidades.
El ideal de la emancipación colectiva del siglo XX ha sido reemplazado por el de la autonomía individual dentro de un sistema que consideran inmodificable. Cuando el horizonte de cambio se percibe clausurado, la energía vital se reorienta hacia la adaptación, la autoeficiencia y la supervivencia emocional.
Lo político se privatiza. El futuro ya no se conquista, se gestiona.
* socio/director de la consultora Reyes-Filadoro







